Jesucristo prometió a Pedro que sobre él edificaría su Iglesia (". – . edificaré mi Iglesia Mt. 16, 18), no sus Iglesias. Expresa su deseo de que todos los hombres formen "un solo rebaño bajo un solo pastor" (Jn, 10, 16), y manifiesta que "Todo reino dividido sí mismo, será desolado" (Mt. 12, 25).

miércoles, 22 de mayo de 2013

CONOZCA A LAS IGLESIAS SEPARADAS, LAS SECTAS Y LOS NUEVOS MOVIMIENTOS RELIGIOSOS DE HOY

¿Qué es Apóstoles de la Palabra?

IGLESIAS SEPARADAS, SECTAS Y NUEVOS MOVIMIENTOS RELIGIOSOS


 







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Antes que nada, queremos aclarar nuestra intención al presentar este trabajo. Lo que nos mueve, no es el deseo de pelear contra nadie. En efecto, la religión no es para eso.
Lo que pretendemos, es ofrecer a los Hermanos Separados una modesta ayuda para que se den cuenta del origen de su grupo, que muchas veces desconocen por completo.
Siendo imposible presentar la historia de todos los grupos, con su doctrina y organización, nos limitaremos a los más importantes y conocidos en nuestro ambiente.
Damos un lugar especial a los mormones y a los testigos de Jehová, por encontrarse sus doctrinas completamente al margen del cristianismo, puesto que niegan verdades tan importantes como la divinidad de Cristo y la Trinidad (testigos de Jehová) o admiten otros libros como inspirados (mormones).
También ponemos cierto énfasis en algunos grupos de origen oriental, que por el gran impacto que están causando en la sociedad, representan un verdadero peligro para la fe de muchos.
Por motivo de espacio, no se hace un comentario aparte para cada agrupación. Sus puntos de vista a veces son muy parecidos y encuentran las respuestas en distintas partes de esta página.

EL GANADERO Y EL HACENDADO -Modelos de organización-


Todos le tenían pavor a la visita pastoral del obispo. Estando a los informes que pedía con anterioridad y a las preguntas que hacía encontrándose en cada parroquia, era evidente que estaba planeando algo en grande con relación a la evangelización y el pastoreo de su inmensa diócesis.
Quería conocer el número de los habitantes de cada parroquia, especificando la cantidad de los católicos y los no católicos, los católicos practicantes y los no practicantes con sus posibles causas; quería un informe preciso acerca del número y la situación real en que se encontraba cada pueblo que pertenecía a la parroquia (si contaba solamente con capilla o con capilla y curato, con cuántos catequistas, etc.); no obstante todas las reticencias naturales, insistía en conocer la cantidad de aldeas que quedaban sin la debida atención pastoral.
–Es que no me doy abasto –era el estribillo de siempre.
–No se preocupen –contestaba el obispo invariablemente–. Nadie les está echando la culpa a ustedes de que haya lugares sin la debida atención pastoral. Sencillamente se trata de ver cómo están las cosas con miras a garantizar a todos los feligreses de la diócesis la debida atención pastoral, de manera tal que nadie quede excluido del gran banquete de la fe.
¡Como si el asunto fuera tan sencillo! Por eso todos le tenían pavor a la visita pastoral. Se daban cuenta de que pronto muchas cosas iban a cambiar en la diócesis, con tal de que, según el obispo, “todos los feligreses quedaran debidamente atendidos y nadie quedara excluido del gran banquete de la fe”.
–¿Qué hará el obispo para lograr esto? – se preguntaban muchos. Posiblemente tratará de traer más curas de otros países. En realidad, aquí hay bastante escasez de vocaciones y no se prevé ningún cambio para el futuro, ni a corto ni a mediano ni a largo plazo. Al contrario, las previsiones se hacen cada día peores.
Por fin, en un encuentro diocesano organizado ad hoc, es decir, para tratar específicamente el problema de la atención pastoral que se debe a todos los feligreses, tan acuciante en aquella región, el obispo soltó el enigma:
–Vamos a crear diaconías, atendidas por diáconos permanentes o candidatos al diaconado permanente. Formarán parte de dichas diaconías todos los pueblos y las aldeas, que actualmente quedan desatendidas por falta de personal.
–Lo sospechaba – comentó, extremadamente molesto, el vicario general con los curas de mayor confianza, que nunca dejaban de rodearlo.
Uno de estos, de mano caída y de por sí poco reflexivo, azuzado por el vicario general, de inmediato se movió al ataque:
–Señor obispo, con todo respeto, quiero hacerle notar que, como usted está bien consciente, nuestras parroquias son bastante pobres y por lo tanto nos resultará prácticamente imposible mantener a esa gente que usted menciona, con sus respectivas familias (pronunció estas últimas palabras en todo despectivo y sarcástico).
–Este es el punto –intervino otro cura, igualmente fastidiado por la propuesta del obispo–: ¿Cómo vamos a mantener a tanta gente, teniendo en cuenta que apenas podemos con los gastos tan fuertes que tenemos que soportar para el mantenimiento de los templos que están a nuestro cargo? Sinceramente, yo no veo nada claro en todo este asunto.
–Evidentemente –añadió otro cura, azuzado por el vicario general– usted contará de antemano con el apoyo de alguna institución extranjera, que se encargará de sostener esa iniciativa, que sinceramente a mí me parece muy arriesgada. En este caso, –me pregunto– ¿por qué no canalizar hacia las parroquias esa ayuda, teniendo en cuenta nuestra situación de extrema pobreza?
El obispo, frente a tanto cinismo, perdió los estribos y reaccionó en tono irónico e igualmente agresivo:
–Señores curas, no se hagan los inocentes. Aún falta mucho para el 28 de diciembre, fiesta de los santos inocentes. Ustedes hablan mucho de pobreza. Fíjense en los carros que llevan y en su manera de vestir y tratar a la gente. Les pregunto: ¿Es ésta la manera propia de vivir y actuar de los pobres? Muchos de ustedes se toman sus buenas vacaciones, haciendo turismo hasta en el extranjero. ¿Acaso los pobres tienen vacaciones y se van a pasear al extranjero? Hablan mucho a favor de los pobres. Es su especialidad. En la práctica, ¿sirven de veras a los pobres o se sirven de ellos para satisfacer sus propios gustos? Basta ver lo que cobran para cualquier servicio: tanto para las misas de difuntos, tanto para la bodas, tanto para las misas de las quinceañeras… ¡Pobres católicos, tan descuidados en su vida de fe y tan explotados económicamente por sus mismos pastores! Y ahora, con el pretexto de la pobreza, ¡se oponen a cualquier intento de atender espiritualmente también a los pobres que viven en las zonas más alejadas! ¿Qué les está pasando? Por favor, el que no ayuda, que por lo menos no estorbe.
Nadie se esperaba una reacción tan inmediata y fuerte de parte del obispo. Todos lo conocían como demasiado prudente y apacible. Y ahora descubren una faceta totalmente inédita de su personalidad. No faltó alguien que lo comparó a Jesús, cuando sacó a los vendedores del templo, encendido de santo celo por la casa de Dios (zelus domus tuae comedit me = el celo por tu casa me devora: Jn 2, 17).
Por fin un cura, realmente pobre y con poca capacidad organizativa, se atrevió a romper el silencio, balbuceando tímidamente:
–Lo importante es que no nos pidan más dinero para sostener los gastos de la diócesis.
–No se preocupen –se apresuró a recalcar el obispo, recobrando la compostura de siempre–. Ésta iniciativa no va a representar ningún gasto extra para la diócesis. Al contrario, estoy convencido de que va a representar una de sus entradas más importantes.
Al oír hablar de entradas, todos se pusieron en alerta extrema, concentrando su mirada en el obispo. El vicario general, haciéndose intérprete del sentir común, tomó la palabra:
–Señor obispo, ¿nos puede aclarar un poco más este detalle?
–Con mucho gusto –contestó el obispo–. Supongamos que yo sea el dueño de una grande hacienda. ¿Acaso puedo cultivar personalmente todas sus tierras? Imposible. ¿Qué hago, entonces? Busco trabajadores. ¿Y acaso esa gente va a trabajar en mi hacienda gratis? Evidentemente tengo que darle un sueldo a cada uno de ellos, como marca el mismo Evangelio (Mt 20, 2). Y si no cuento con el dinero suficiente para pagarles un sueldo a todos, ¿qué hago? ¿Acaso abandono las tierras, dejándolas sin cultivar? Ni pensarlo. ¿Qué hago, entonces? Las rento, a cambio de algo. Y esto es precisamente lo que pienso hacer con la iniciativa de las diaconías: voy a entregar a los diáconos permanentes y a los aspirantes al diaconado permanente las porciones de nuestras parroquias, que se encuentran sin la debida atención pastoral. Que ellos se encarguen de darles vida, utilizando todo tipo de estrategias y quedándose con todas las entradas. De esas, es suficiente que entreguen a la diócesis el diez por ciento.
Todos quedaron sumamente sorprendidos. Continuó el obispo:
–Igualmente si yo fuera un ganadero con treinta mil cabezas de ganado y no contara con el dinero suficiente para pagar a los que las cuidaran. ¿Qué haría? ¿Acaso me quedaría solamente con un cierto número de vacas, abandonando a su suerte a las demás? Ni pensarlo. ¿Qué haría, entonces?
–Las daría a medias –contestó uno de los curas más listos en las cosas de este mundo y más descuidados en las cosas de Dios.
Todos se soltaron en una sonora carcajada. El obispo, asombrado, les preguntó el porqué. Uno de los presentes aclaró:
–Es precisamente lo que está haciendo él.
Al verse descubierto, el cura ganadero se descontroló y empezó a echar de cabeza a todos los presentes, acusando al vicario general de ser dueño de una línea de taxis, a otro cura de contar con unos camiones de pasajeros que cubrían una de las rutas más importante de la ciudad, a otro de dedicarse a surtir de objetos sagrados todas las librerías de la diócesis…. hasta que el obispo intervino, tratando de calmar el alboroto que siguió a tales revelaciones e invitando a todos a regresar al propósito inicial del encuentro.
Una vez restablecido el orden, el vicario de pastoral tomó la palabra, dirigiéndose directamente al obispo:
–Señor, sin duda su propuesta de entregar a los diáconos permanentes y los aspirantes al diaconado permanente los poblados más apartados me parece muy acertada. El punto ahora es el siguiente: esos amigos ¿lograrán de veras seguir siendo humildes como siempre o van a levantar demasiado la cabeza, sintiéndose dueños de la gente puesta a su cuidado y explotándola de una manera inmisericorde? Al venir de otro lugar, posiblemente usted no conoce bien a nuestra gente. Le das un poco de confianza y se meten hasta en la cocina; no entienden lo que es servir a la comunidad; todo lo toman como poder.
El obispo, que de por sí ya se esperaba este tipo de objeciones, quedó pensativos unos instantes y contestó, cortando por lo sano:
–¿Acaso no pasa lo mismo con ustedes curas y nosotros obispos? Ni modo; ¿qué vamos hacer? Ésta es la grande tentación para nosotros, los ministros de Dios: volver el don en poder y el servicio en dominio. Por otro lado, ¿estamos seguros de que, cuando nosotros creamos que haya llegado la hora de dar este paso, ellos estén dispuestos a darnos la mano? ¿Qué estamos esperando, entonces, para decidirnos de una vez a buscar colaboradores, para poder cumplir con nuestro papel de pastores? ¿Qué primero todos se cambien de religión por el abandono en que se encuentran?
Dicho esto, el obispo se calló y los miró a todos en la cara, en espera de una respuesta. Nadie se atrevió a contradecirlo o a preguntar algo. Estando así las cosas, el obispo concluyó:
– Ni modo; tenemos que arriesgar.
Y dio por terminada la reunión.


PREGUNTAS
1. ¿Qué te parece esta historia?
.
2. Según tu experiencia, ¿en qué aspecto refleja la realidad eclesial?

YO FUI MORMONA


Formación superficial
Mi nombre es Yazmín Brisas Oré Ramírez. Mi familia era católica, aunque mis padres no estaban entonces casados por la Iglesia, por unos problema de partidas de bautismo quemadas o perdidas. Dejaron el tema y se casaron por lo civil. Me dieron una educación católica: hice la secundaria en el colegio Presentación de María, de religiosas, recibí los sacramentos, la comunión y la confirmación. A los 19 años estudiaba derecho, iba a misa e incluso cantaba en el coro, pero mi formación y mi fe era muy superficial.
Yo había oído hablar de sectas demoníacas y satanistas, y mi papá me prevenía contra los testigos de Jehová que tocaban a menudo a la puerta. Pero nadie me había hablado de los mormones

Un entorno seguro
Yo tenía una amiga en mi colegio de monjas que era mormona. Me dijo: “Acompáñame un domingo a ver mi iglesia”. Así que un domingo me salté la misa para ir con ella a ver su iglesia. Y me gustó. La gente era muy acogedora: todos lo eran, las señoras, las chicas de mi edad, los chicos.
Tenían reuniones para jóvenes en las que hablaban sobre las virtudes. A otros jóvenes quizá les parecería aburrido, pero yo era una chica con pocas amistades. No me gustaba salir de fiesta, las fiestas no me llenaban. En cambio, esta gente, que parecía tan pura, virtuosa e inocente, sí que me llenaba.
Hoy que soy católica y adulta sé que tenemos que enfrentar el mal que hay en el mundo y en nuestras vidas, pero entonces, con 19 años, yo no quería enfrentarme a la realidad, no quería embarrarme. Yo quería protección, un entorno seguro, un grupo acogedor y virtuoso que me protegiese. Los mormones me ofrecían eso.

Dos chicos jóvenes hablando de Dios
Ellos me enviaron dos jóvenes misioneros a visitarme a mi casa y darme charlas dos días por semana. Eran dos chicos de mi edad, de 19 años, uno peruano y otro de los Estados Unidos. Yo les decía a mis padres que eran cristianos y amigos de mi amiga y que venían a hablar de Cristo y de Dios. Ellos, demasiado confiados, nos dejaban solos en el salón.
Yo estaba impresionada de que dos chicos de 19 años, de mi edad, me hablasen de Dios con pasión. Más aún, estaban dedicando 2 años de su vida joven sólo a eso, a hablar de Dios. Me sorprendía y admiraba: no conocía a nadie en la Iglesia católica que hiciese eso.

Joseph Smith y el “verdadero” cristianismo
En las primeras charlas te hablan del Libro de Mormón. Te dicen que la enseñanza plena cristiana se había perdido desde la muerte del apóstol Juan, y que no se ha recuperado hasta que un ángel, Moroni, revela al profeta Joseph Smith, hacia 1830, dónde está el Libro de Mormón con todas las enseñanzas perdidas.
Usan siempre las mismas citas de la Biblia para apoyar al Libro de Mormón. Los mormones enseñan, según su libro, que Jesús, al resucitar, se apareció y enseñó a los pobladores de América. Eso lo apoyan en la Biblia cuando Jesús dice: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también me conviene traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Jn 10, 16). Para justificar que además de la Biblia esté el Libro de Mormón citan Ezequiel 37, 15-17, que habla de “un palo de Judá” y “un palo de José, o Israel”, que Dios ha de unir. Ellos dicen que esos dos palos son dos libros: la Biblia y las escrituras de Mormón. Y sobre el profeta Smith citan Amós 3, 7: “El Señor no hará nada sin revelar sus secretos a sus siervos los profetas”.

Es bueno preguntar
En esa época yo escribía un diario, que aún conservo. Y apunté una idea que se me pasó por la cabeza: “Si ese Libro de Mormón es otro testamento, ¿por qué no hay pruebas arqueológicas? ¿por qué no hay papiros de él o pergaminos de él, como con la Biblia?”. Los mormones enseñan que el ángel se llevó el libro de láminas de oro que José Smith había leído y traducido al inglés. Pero, ¿por qué Dios hizo algo tan distinto a lo que hizo con la Biblia?
Me daba vergüenza preguntarles eso porque ¡ellos eran tan amables!
A la pregunta de por qué no tenemos los textos que el ángel reveló a José Smith, ellos responden citando la carta a los Hebreos: “La fe es certeza de lo que no vemos” (Hb 11, 1-2) y citando también su propio libro: “Hay muchas cosas de Dios que no las vas a ver”.
En realidad, como comprobé después siendo misionera mormona, a los jóvenes misioneros mormones no les enseñan muchas respuestas a las objeciones. Muy pronto responden a todo con esta frase: “Te invitamos a que ores a Dios esta noche y que Él te hable y verás que es verdad lo que enseñamos”.
Y oré esa noche. Y no sentí nada, Dios no me dijo nada. Y lo escribí así en mi diario, sinceramente.
Pero a ellos, sugestionada o por lo que sea, les dije: “Sí, siento que es verdad”. Yo quería pertenecer a ellos. Sólo me pedían ser buena, y yo quería ser buena, y pensaba que la Iglesia verdadera sería simplemente la obediente a las cosas buenas, virtuosas, y parecían ser ellos.
Era 2005. Acababa de morir Juan Pablo II, salía Benedicto XVI como nuevo Papa, y algunos me decían que si era feo, que vaya aspecto, que cómo iba a seguir yo en la Iglesia Católica.

Rebautizada mormona
En fin, en esa fase, después de 4 o 5 charlas, te invitan a bautizarte como mormón. Para eso, te hacen antes una entrevista previa. Debes decir que crees en el Libro de Mormón y que aceptas al profeta Joseph Smith. También te preguntan si has matado a alguien, si has abortado, si has tenido relaciones sexuales. Creo que ellos no quieren aceptar a cualquiera, a gente que ha tenido una vida muy poco virtuosa, excepto si son parientes de alguien. Pueden rechazarte. Me parece que a las personas con inclinaciones homosexuales las rechazan a todas o casi a todas, por ejemplo.
A mí me aceptaron y organizamos mi bautismo mormón. Mi papá no vino; les dijo que éramos católicos “de la Virgen y del Señor de los Milagros”. De mi familia sólo vino mi mama ¡y mi madrina del bautismo católico! Hoy digo, ¿qué barbaridad, no? Mi madre lloraba: “Hija, pero si yo te di los sacramentos en la Iglesia católica”. Y yo le respondía: “¿Prefieres que me vaya de discoteca cada sábado, por ahí?” Con eso la presionaba. Ellos me veían feliz, y veían que los jóvenes mormones parecían gente buena. Era una falsa elección: o ellos, o el mundo de la noche y las discotecas.
En el bautismo mormón entras en una piscinita de cuerpo completo, con una túnica blanca. Tú escoges qué hombre te bautiza: yo escogí a los dos misioneros que conocía. Te echan para atrás, como hacen los baptistas y otros protestantes, y te sumergen y dicen: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, pero, atención, porque ellos no piensan que es un único Dios; para ellos son 3 dioses distintos. Según los mormones, a Joseph Smith se le aparecieron el Padre y el Hijo en un bosque. Hay un dibujo típico que lo ilustra, como dos cuerpos distintos. Cada vez que en el Antiguo Testamento se dice que Moisés vio la cara de Yavé, o que Dios señaló con su dedo, o dio la espalda al pueblo, etc., los mormones interpretan que Dios Padre tiene cuerpo, con dedos, cara, espalda, etc.
En cuanto empiezas a ir con los mormones, te animan a pasar con ellos mucho tiempo. Te hacen estar cómodo, es como tener otra familia. Ellos no creen que Dios habita en ti y te transforma y hace santo. No, ellos creen que por sus propias fuerzas serán perfectos, que ya lo están siendo, porque cada uno va a ser un dios. Y claro, esa perfección es imposible, pero esa es la fachada que intentan dar.
Son muy exigentes en el control de la sexualidad: cualquier encíclica católica sobre el tema es mucho más humana, más comprensiva. Ellos son más tajantes, te controlan demasiado, como un robot. A las chicas las animan a estudiar, sí, pero lo ideal que plantean es que enseguida se casen y que tengan muchos hijos.

Muchos manuales para estudiar
Una vez bautizado, te dan muchos manuales para estudiar, algo que haces cada domingo en su escuela dominical. Mi experiencia, y lo vi con otra gente poco dada a los estudios, es que los primeros meses al menos hay mucho interés y se leen los libros. Ellos ofrecían también un servicio para ayudar a encontrar y ayudar a la gente.
Enseguida te dan un “llamamiento”, que es un cargo. En mi caso era una función con jóvenes. Un año después me hicieron misionera de barrio: en tus ratos libres acompañas a los misioneros en sus visitas a las personas interesadas, que en su vocabulario se llaman “investigadores”. Los acompañantes sirven para hacerse amigos de los “investigadores” (es decir, las personas no mormonas), invitarles, tender lazos, etc.
También aprendí a rezar al estilo mormón, siguiendo un tríptico que lo explicaba. Hay que hacer una breve oración al levantarte, otra al acostarte y otra en cada comida. La estructura es siempre igual: “Padre Celestial, te damos gracias por tal cosa, te pedimos tal otra, en el nombre de Jesucristo”. En las comidas, das gracias por la comida. Se dice siempre “Padre Celestial”, no “Padre nuestro”.

El culto mormón
El domingo hay una reunión de unas tres horas. La llaman “reunión sacramental”. Se juntan todos los miembros de una zona. No hay un oficiante sino un par de conferenciantes o discursantes, los que les toque ese día. Uno habla del ayuno, otro del diezmo (un tema en que se insiste mucho). Otro día pueden hablar del bautismo de los muertos o del “sellamiento”, como llaman al matrimonio. Al final, siempre alguien “da testimonio”, pero eso no consiste en contar su experiencia sino simplemente en exponer, de una forma muy repetitiva, que dé seguridad, semana tras semana, que crees en Joseph Smith, en el Libro de Mormón y en su iglesia.
Después me tocó ser misionera en el extranjero. Es algo que todos han de hacer: 2 años los hombres; uno y medio, las mujeres. Se realiza poco antes de acabar tus estudios. Te mirarían muy mal si no lo haces. Normalmente uno se casa después. A las chicas les animan a casarse con jóvenes que ya han misionado, porque son más maduros en la fe.
Los misioneros mormones son, sobre todo, esos chicos y chicas jóvenes. También hay adultos ya jubilados que van como misioneros unos años al extranjero. Y hay además matrimonios mayores, a veces pre-jubilados, que pueden ser presidentes de misión. No hay misioneros “de por vida”. Tampoco hay “pastores”. Lo más parecido es el “obispo”, pero no se mantiene con los diezmos, sino con un oficio. Los diezmos son para mantener las “capillas” (centros locales) y el resto va todo a la central a Estados Unidos. Por eso no hay escándalos de pastores con vehículos caros o gustos lujosos.

Te quitan a tu hija… y debes pagar por ello
En 2006, yo llevaba ya un año y medio de miembro, y mi novio era un mormón peruano que ya había sido misionero. Quedamos en que yo haría la misión y quizá luego nos casaríamos. Él me animó a ir a la misión. Es caro: parte lo pagas tú, otra parte tus padres y otra la iglesia. Yo tenía ahorrados como 500 euros, mucho dinero para Perú, que gasté en esto. Mis padres debían comprometerse a 100 euros mensuales. Mi madre lloraba: les quitaban a la hija y además había que pagar por ello. Y había que comprar mucha ropa y materiales, gastos que impacientaban a mi mamá. “Es una vez en la vida”, le decía yo.
Primero me mandaron a Colombia casi un mes a formarme. Era como un internado donde estábamos muchos muchachos y muchachas de Perú, Colombia, Venezuela…

Entrenamiento del joven misionero mormón
Nos enseñaban cómo convencer a la gente, con unos vídeos, cómo hablar, qué hacer si te sale mal. Era muy pesado, pero yo estaba contenta. Te enseñaban las escrituras que hemos comentado y cómo responder las preguntas de los “investigadores” (la gente no mormona).
Los mormones no quieren que les refutes mucho; el mormón da sus citas, y si le hacen preguntas dicen lo de “récelo y verá que es verdad”. Ellos dicen que no tienen que perder tiempo refutando doctrinas. Apenas intentan tapar dudas con la Biblia o el Libro de mormón. Nos enseñaban a hablar sólo de Joseph Smith, de la nueva revelación completa, del Libro de Mormón.
Nos explicaban que la enseñanza cristiana se pervirtió con Constantino en el siglo IV, que se corrompió el cristianismo. Luego aprendí que esto lo tomaron de otros protestantes. Allí nos enseñaron que Calvino y Lutero apenas “prepararon” el camino para la recuperación del cristianismo, que llega con Joseph Smith.

La compañera inflexible
Llegué de misionera a Guayaquil, Ecuador, en marzo de 2007. Me pusieron una compañera chilena, de mi edad, muy reglista y exigente, que no admitía ningún decaimiento ni cansancio. Era hija de mormones, con 9 hermanos, crecida en familia mormona, no como yo. Los misioneros van en parejas, a todas horas excepto al baño. Espanta peligros, pero también “tentaciones”.
Cada día a las 6 y media de la mañana nos levantábamos a estudiar lo que hablaríamos en la calle. A las 9 y media salíamos, tratábamos a la gente, de pie, caminando, con el calor de Guayaquil. Un descanso para almorzar, y seguir hasta la noche. De noche nos arrodillábamos y rezábamos pidiendo más “investigadores”. Si nos peleábamos entre nosotras, ese era un momento para pedirnos perdón. Aunque los lunes era día de descanso y otros misioneros hacían turismo, ella me ponía a estudiar.
Y así, siendo misionera en Guayaquil, se quebró mi confianza en la fe mormona.

La anciana católica resistente
La primera “caída” fue por una señora de unos 75 años, que era muy católica, aunque uno de sus hijos era evangélico y el otro era obispo mormón. Este obispo nos insistía y mi compañera se había encaprichado con conquistarla, y le llevaba postres y la visitábamos mucho.
Cuando un católico se pone muy firme, nos habían enseñado en que hay que insistir en que la Iglesia católica ya no era de Cristo, que no lo era desde Constantino, que todo era malo desde entonces: las imágenes, la Virgen, el bautismo de niños, etc.
Y mi compañera insistía tanto que yo recordé mi propio pasado católico y me emocioné. Y se lo dije a ella, a la compañera chilena, llorando: “si convenzo a esta señora siento que estoy traicionando algo mío”, dije. Mi compañera quedó de piedra. “Es normal, hace poco que eres miembro, eres de familia católica, yo hablaré con la señora”, respondió ella. No sirvió de nada: la señora llegó a la entrevista bautismal por insistencia de su hijo y sin convencimiento, pero como dijo que no pensaba ni dejar de fumar (algo importante para los mormones), la rechazaron. Y la dejamos.

Evangélicos y testigos, ¡mucha Biblia!
El caso es que descubrí que casi no teníamos argumentos ni respuestas. Los testigos de Jehová nos ponían cabeza abajo, no aceptaban ni a Joseph Smith ni su libro y no estábamos preparadas para refutarles nada. Y también los evangélicos nos refutaban y yo pensaba: ¿somos misioneras, entrenadas, pero no sabemos responder cosas supuestamente básicas de la Biblia? Y empecé a dudar. Esa era mi segunda “caída”, ver que no teníamos respuestas. Y lloré otra vez: “estoy dudando de la fe”.
La misión, que debía reforzar mi fe mormona, la estaba destruyendo. Y me preguntaba: “¿Estaré haciendo bien al querer cambiarles su fe?, ¿tengo derecho a cambiar su vida? ¡Si hasta yo dudo!”
Yo ya me había empezado a fijar en cosas: que los mormones casi no usan la Biblia, que habían tenido poligamia en un pasado reciente, que había doctrinas ocultas. Y yo me di cuenta que me gustaban y me emocionaban las campanas en las iglesias católicas, y ver la gente que salía en procesión, devota del Divino Niño. Y la Virgen. Me preguntaba: “¡Cómo voy a decir que esto es malo y pagano!
Y en un encuentro con el obispo mormón le dije: “Siento que miento cuando hablo” y dije que quería dejar la misión. Pedí a mi compañera: “Dile al presidente de la misión que me vuelvo a mi país, que me siento un robot”.

Defendiendo al Papa
El presidente de la misión intentó disuadirme para que no marchase. Pero yo no le dije simplemente “añoro a mi familia” o “estoy cansada”. Yo defendí la Iglesia católica. Le dije que ya no quería hablar mal de la Iglesia católica, que yo pensaba bien del Papa, y que en la Iglesia católica hay santos y gente buena. Y eso le enfadó.
Él me insistió, afirmando que la Iglesia y el Papa son la Ramera de las Escrituras, que mis sentimientos venían del demonio, que si volvía al catolicismo mi vida sería un desastre en todos los sentidos. Durante una semana cada noche mi compañera me intentaba convencer; le daban instrucciones de cómo convencerme. Y le dije: “Sal de mi cuarto que me confundes”. Y esos días, después de varios años, empecé a rezar a la Virgen, a pedirle que me protegiera, porque mi compañera se ponía muy sectaria y tenía miedo de que llegara a pegarme. Me dije: “en cuanto llegue a Perú con mi familia, lo del mormonismo se va a acabar”. Ya sabía que no podría encajar.

De vuelta a casa: un año de insistencia
Al final me pagaron el vuelo a Perú. Y fui a mi casa. Allí los mormones me enviaron a mi novio, a los amigos, a mi mejor amigo. Yo dudaba. ¿Volver? Pero ahora ellos me daban miedo, no seguridad. Ya mi hermano me había dicho: es una secta. Insistieron casi un año. Pero yo ni les recibía, ni a mi antiguo novio: no quería recaer por amistad. Mis papás me dijeron: corta con todos ellos. Mis padres cobraron la fuerza que antes no habían tenido.
Estuve un buen tiempo aislada en mi casa, sólo con Internet, leyendo de gente que salía de sectas. Hablé con el párroco de mamá, pero sólo me dijo: “Bienvenida: no te sientas mal”. No me dio más formación. Yo necesitaba una atención especial, acababa de salir de un grupo muy cerrado e intenso.
Mis padres se estaban convirtiendo, avivando su fe católica en las catequesis del Camino Neocatecumenal, pero tampoco ellos me daban respuestas. Yo creía que la Iglesia católica era verdadera, y que la evangélica también lo era, porque leía muchos testimonios de ex-mormones en Internet que eran evangélicos. No había ningún “carisma” católico que me limpiase de mi experiencia mormona. Pero los pastores evangélicos tampoco me inspiraban confianza.

Los que sabían de sectas
Y un día mi madre me dio un folleto sobre sectas editado por los Apóstoles de la Palabra (www.apostolesdelapalabra.org), un apostolado católico muy basado en la apologética, en la defensa de la fe. Busqué su dirección. “Viven aquí en la esquina”, me dijeron. Llegué en bici, y allí estaban las hermanas Apóstoles de la Palabra. Mi historia les asombró. “Nunca nos había llegado alguien con esta necesidad. Ven con nosotras los sábados”, me invitaron. Y fui a sus charlas: entendí la enseñanza católica sobre las imágenes, Dios, la naturaleza de Cristo. Me dieron libros, todo bien explicado. Y ahora, cuando venían los mormones, ya no los rehuía: los enfrentaba, les sacaba la Biblia, les refutaba.

María y una vida nueva
Hoy, mirando al pasado, creo que lo que más me ayudó fue la presencia de la Virgen María, que he reconocido después. Al volver al catolicismo, vi películas sobre ella, le recé… María, creo, es lo que más me ha alegrado recuperar, y ella me ha atraído a través de sus imágenes.
Publiqué mi testimonio en algunas webs católicas, y conocí por Internet a quien hoy es mi esposo. Él también había estado cerca de los mormones por un amigo suyo y a mí me ayudó con argumentos y amistad. Él es español, de León. Después de tres años de novios “cibernéticos” nos casamos en Lima y ahora vivimos en Madrid. Somos catequistas de niños de Primera Comunión en la parroquia de San Romualdo. Y les damos pequeñas enseñanzas de una fe razonable, para defender la fe de la Iglesia de todo tipo de ataques.

Alerta: los virus nos atacan


¿Qué son los virus?

En mis manos tengo una revista científica que habla sobre los virus, en especial de aquellos que letalmente arremeten contra nuestras defensas con artificios poderosos y engañosos. No atacan al parecer a las células más débiles, sino que en su recorrido macabro por la sangre van directo a las defensas para conquistarlas y eliminarlas a bases de engaños sutiles y casi invisibles. Cuando el virus logra colonizar la célula más fuerte, con un proceso silencioso, apenas perceptible, es cuando comienza la fugaz eliminación, sin piedad y sin remordimientos. Es increíble cómo unos microorganismos tan pequeños e invisibles al ojo humano logran destruir a todo un ser como tú o como yo. Claro, eso pasa cuando no se detecta a tiempo y adecuadamente. Pero, ¿esto tiene algo que ver con la Iglesia? Es aquí donde entra en juego la carga analógica del argumento.

En los recientes escritos de P. Flaviano Amatulli (Alerta, la Iglesia se desmoronaÁnimo, Estoy con ustedesLes enviaré mi espíritu, por mencionar algunos) he notado que, cual virólogo (estudioso de los virus) de laboratorio, ha descubierto y alertado, con lentes de poderoso alcance, un ejército de potentes virus letales que han provocado paulatinamente una peste no en el cuerpo humano, sino en algunos sectores del cuerpo eclesial. ¿Cómo es esto?

De manera analógica o comparativa presento un cuadro a continuación que demuestra más claramente lo que quiero decir: el cuerpo humano es la Iglesia; la sangre (sacramentos) son los medios positivos de transmisión de las vitaminas (oraciones, catequesis, rezos, devociones, etc.); las células son los movimientos eclesiales; el laboratorio es la misión y los lentes de poderoso alcance es, sin duda, la experiencia pastoral. ¿Y los virus? ¿Y el tratamiento? Punto y aparte.

Tipos de virus ¿en la Iglesia?

Los virus son tan variados y camaleónicos que se necesitaría un tratado más extenso para describirlos exhaustivamente. Sin embargo, aquí están los que, considero, P. Amatulli ha descubierto con los lentes de la experiencia pastoral: el falso ecumenismo, el hambre y sed de poder, prestigio y remuneración económica, la ignorancia religiosa, la viciada religiosidad popular y la supuesta apertura de mente (open mind) para llevarse bien con todos y aparecer como progresistas a costa de la verdad y la honestidad evangélica. Sin duda, estos virus están desfigurando ya el bello rostro de la Iglesia y no basta con untarle cremas o maquillajes baratos, eso no cura, la gente sincera se da cuenta de la realidad y huye, se aleja y no cree más en el cuerpo de Jesucristo, pues lo nota enfermo. Pero, ¿cómo trabajan estos virus en el cuerpo eclesial? ¿Cuáles son sus trucos? ¿Cuáles las consecuencias? ¿Cómo eliminarlos?

El virus del falso ecumenismo trabaja con tal sutileza que ni siquiera parece un problema, encandila con sus propuestas, es como una pistola con silenciador. Los que viven en el quinto piso (como dice P. Amatulli) no se dan cuenta de los problemas que la mayoría de los fieles padece: ataques constantes de las sectas fundamentalistas y prejuiciosas mediante visitas domiciliarias, panfletos, revistas, programas de radio y televisión, conferencias, oraciones por los enfermos, anuncios espectaculares, predicaciones en autobuses, plazas, mercados, etc.  (La siguiente página web evangélica da un ejemplo de los planes propagandísticos de los que hablo: http://www.ontheredbox.com/ebooks/spanish/equipo.pdf). Mientras, entre nosotros se encuentra el virus del ecumenismo falso que no es otra cosa que pasividad cristiana, miedo ante los nuevos retos pastorales y falta de interés por los fieles. ¿Por qué gusta más el discurso ecuménico? Por la sencilla razón que va acorde a los intereses del mundo no cristiano que, a fuerza de ideologías, se han entrometido en la antesala y, temo, hasta en el púlpito sagrado de la comunidad católica. Se tiene miedo a ser tachados de intolerantes, fanáticos y santurrones pero: ¿es intolerancia exponer la fe con claridad, al estilo de los apóstoles? ¿Se convierte en fanático un cristiano que defiende su casa ante los constantes ataques de que es objeto? ¿Es santurrón aquel que quiere llevar una vida coherente entre lo que cree y testimonia? ¿Por qué no le preguntamos a los profetas, apóstoles y miles de santos que han dado su vida por el Evangelio? (Cfr. Jn 10,14ss)

Con respecto al virus del hambre y sed de poder, prestigio y dinero basta con voltear la mirada a ciertos sectores eclesiales en distintos puntos de América Latina (un servidor ha sido testigo de esto después de once años como misionero en distintas partes de México y Centroamérica junto con centenares de otros misioneros que han corroborado esta afirmación) y se da lastimosamente en todos los estados de vida en la Iglesia. Cuando no se evangeliza porque hay poca o ninguna remuneración monetaria, cuando se hace distinción entre los fieles por su posición socio-económica, cuando se rebajan los sacramentos y se le da a cualquiera sin ninguna intención de ayudarlos en su camino de fe, cuando sucede todo esto, ¿acaso podemos sonreír y vivir como si no pasara nada? (Cfr. http://zarazua.wordpress.com/ del P. Jorge Luis Zarazúa Campa en su artículo Obediencia callada y crítica profética).

Por otro lado, los virus de la ignorancia religiosa y la religiosidad popular viciada y no purificada van de la mano. De esta problemática ha argumentado abundantemente P. Amatulli en sus diversos artículos. ¿Qué puedo aportar de manera personal? Sin duda, mi experiencia misionera, en específico la vivida en la semana santa pasada. Estos sucedió en el suroeste del estado de Veracruz, México, donde la gente indígena tiene la costumbre "religiosa" de emborracharse después del Viacrucis, donde tienen una imagen de Jesús montado en un prominente burro llamado San Ramos y está terminantemente prohibido tocarlo o cambiarlo de lugar al igual que las demás imágenes religiosas porque es pecado; donde la evangelización real ocupa el último lugar ya que es desplazada por las decenas de cohetes, luces de colores, flores, baile pagano y alcohol en plenos días santos, pues así lo mandan los capataces del lugar, relegando a los verdaderos catequistas mínimo a observar, al igual que a los misioneros que llegamos a querer evangelizar. ¿Es o no un virus letal esta realidad en la Iglesia? ¿Acaso a esto se le puede llamar un soplo del Espíritu Santo dado a la gente piadosa? (Cfr. la misma dirección electrónica arriba citada en el artículo de P. Amatulli La religiosidad Popular, un verdadero enredo).

Por último, encontramos un virus altamente peligroso distinguido por P. Amatulli en su artículo La grande herejía de los tiempos actuales: Sentirse bien y llevarse bien con todos, o sea, el virus del pensamientoopen mind, anti-evangélico.  Jesucristo mismo advirtió sobre este problema en el evangelio de san Juan 15,18-19: "Si el mundo los odia, sepan que antes me odió a mí"(...) ¿Qué odian de Jesucristo? Su transparencia, el amor a la gente sin rumbo, a los pobres, el profetismo y la predicación de la verdad. Predicó contra los ladrones, salteadores y asalariados que trasquilan a las ovejas (Jn 10,1a), contra la hipocresía de los líderes religiosos de su época (¿y de los actuales?) y contra la corriente mundana o, mejor dicho, anticristiana (Cfr. Mt 23,23). Los valores del reino fueron depuestos para quedar bien con los demás mediante los famosos discursos políticamente correctos. Como dice P. Amatulli: "Haciendo esto, se sienten a la altura de los tiempos en que vivimos, abiertos y progresistas, considerando a los demás como cerrados, fanáticos y fundamentalistas. Más que preocuparse por aclarar las cosas, su único objetivo consiste en hacer sentir bien a la gente, lo que sin duda les reditúa prestigio, fama y bienestar".
Sangre contaminada y células dañadas

Cuando hablo de la sangre hablo de los sacramentos, las oraciones, las devociones y todo aquello que de por sí son una gran ayuda para la santificación personal. La sangre puede significar vida, los sacramentos y oraciones son vida espiritual. Pero, ¿qué sucede si la sangre está contaminada por virus? Ocurre que nos enfermamos e incluso morimos si no nos atendemos. Así de contundente. Los sacramentos operan solamente en aquellos que los reciben con fe, pues, si alguien se va a confesar, no está arrepentido y el sacerdote engañado le da la absolución, ¿acaso se hace efectivo el sacramento? Los sacramentos abaratados por el simple hecho de aparentar mucha pastoral y ver el templo lleno, sin duda, están contaminados. Los que los reciben no son mínimamente conscientes del grande tesoro que recibieron gracias a la contaminación que cubrió el precioso don de por sí. Ejemplo de ello: los narcotraficantes muy devotos de la virgen de Guadalupe.

Las células son los movimientos laicales que sostienen la vitalidad parroquial. Recordemos que las células contienen la información genética y son base de la herencia, es decir, continúan la trayectoria vital de todo ser vivo. Sin embargo pueden ser dañadas por los virus, se contaminan y adquieren comportamientos contrarios a su naturaleza, e incluso, mueren. Así sucede con los movimientos eclesiales: nacen con mucho empuje evangelizador, sinceros y honestos en la búsqueda de los alejados. Sin embargo, gradualmente, gracias a los virus antes mencionados, se van enfriando, sufren de metamorfosis pastoral, su celo disminuye y terminan como un almacén de ventas de comida dominical o simplemente como un club de señoras de buena fe y no de fe buena. Las vitaminas se acaban o terminan siendo succionadas por agentes nocivos y parásitos que viven a costa de las células. ¿Existe solución ante la patente invasión de virus infecciosos que deforman el cuerpo de la Iglesia? ¿Existe un tratamiento adecuado o una vacuna eficaz para acabar con los virus? ¿Alguien está trabajando en ello? ¿Quiénes se han dado cuenta de esta invasión virulenta? Algunos: ¿O la obvian o la provocan?

Conclusión

Por suerte existe un tratamiento eficaz contra estos maliciosos virus que nos han invadido: la Biblia en su lectura y en su vivencia. La Sagrada Escritura es la vacuna definitiva contra estos males que nos envejecen. ¿Por qué los primeros cristianos tenían mucho celo apostólico y daban la vida sin vacilar por el evangelio? Precisamente porque le creían a Jesucristo. Hoy es lo que necesitamos todos en la Iglesia: creer más en la sabiduría divina que en la propia sabiduría humana. Para descubrir qué es lo que Dios quiere para nosotros como Iglesia, nos basta la Palabra de Dios. Es esa misma Palabra divina que debe correr por las venas de la Iglesia sanando todo a su paso, destruyendo virus nocivos y alimentando siempre la semilla del Reino que ya está en nuestros corazones. Juntos en el mismo sueño amatulliano.

Braulio Manjarrez Pinzón, fmap
misionap2006@hotmail.com



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