Jesucristo prometió a Pedro que sobre él edificaría su Iglesia (". – . edificaré mi Iglesia Mt. 16, 18), no sus Iglesias. Expresa su deseo de que todos los hombres formen "un solo rebaño bajo un solo pastor" (Jn, 10, 16), y manifiesta que "Todo reino dividido sí mismo, será desolado" (Mt. 12, 25).

miércoles, 22 de mayo de 2013

Alerta: los virus nos atacan


¿Qué son los virus?

En mis manos tengo una revista científica que habla sobre los virus, en especial de aquellos que letalmente arremeten contra nuestras defensas con artificios poderosos y engañosos. No atacan al parecer a las células más débiles, sino que en su recorrido macabro por la sangre van directo a las defensas para conquistarlas y eliminarlas a bases de engaños sutiles y casi invisibles. Cuando el virus logra colonizar la célula más fuerte, con un proceso silencioso, apenas perceptible, es cuando comienza la fugaz eliminación, sin piedad y sin remordimientos. Es increíble cómo unos microorganismos tan pequeños e invisibles al ojo humano logran destruir a todo un ser como tú o como yo. Claro, eso pasa cuando no se detecta a tiempo y adecuadamente. Pero, ¿esto tiene algo que ver con la Iglesia? Es aquí donde entra en juego la carga analógica del argumento.

En los recientes escritos de P. Flaviano Amatulli (Alerta, la Iglesia se desmoronaÁnimo, Estoy con ustedesLes enviaré mi espíritu, por mencionar algunos) he notado que, cual virólogo (estudioso de los virus) de laboratorio, ha descubierto y alertado, con lentes de poderoso alcance, un ejército de potentes virus letales que han provocado paulatinamente una peste no en el cuerpo humano, sino en algunos sectores del cuerpo eclesial. ¿Cómo es esto?

De manera analógica o comparativa presento un cuadro a continuación que demuestra más claramente lo que quiero decir: el cuerpo humano es la Iglesia; la sangre (sacramentos) son los medios positivos de transmisión de las vitaminas (oraciones, catequesis, rezos, devociones, etc.); las células son los movimientos eclesiales; el laboratorio es la misión y los lentes de poderoso alcance es, sin duda, la experiencia pastoral. ¿Y los virus? ¿Y el tratamiento? Punto y aparte.

Tipos de virus ¿en la Iglesia?

Los virus son tan variados y camaleónicos que se necesitaría un tratado más extenso para describirlos exhaustivamente. Sin embargo, aquí están los que, considero, P. Amatulli ha descubierto con los lentes de la experiencia pastoral: el falso ecumenismo, el hambre y sed de poder, prestigio y remuneración económica, la ignorancia religiosa, la viciada religiosidad popular y la supuesta apertura de mente (open mind) para llevarse bien con todos y aparecer como progresistas a costa de la verdad y la honestidad evangélica. Sin duda, estos virus están desfigurando ya el bello rostro de la Iglesia y no basta con untarle cremas o maquillajes baratos, eso no cura, la gente sincera se da cuenta de la realidad y huye, se aleja y no cree más en el cuerpo de Jesucristo, pues lo nota enfermo. Pero, ¿cómo trabajan estos virus en el cuerpo eclesial? ¿Cuáles son sus trucos? ¿Cuáles las consecuencias? ¿Cómo eliminarlos?

El virus del falso ecumenismo trabaja con tal sutileza que ni siquiera parece un problema, encandila con sus propuestas, es como una pistola con silenciador. Los que viven en el quinto piso (como dice P. Amatulli) no se dan cuenta de los problemas que la mayoría de los fieles padece: ataques constantes de las sectas fundamentalistas y prejuiciosas mediante visitas domiciliarias, panfletos, revistas, programas de radio y televisión, conferencias, oraciones por los enfermos, anuncios espectaculares, predicaciones en autobuses, plazas, mercados, etc.  (La siguiente página web evangélica da un ejemplo de los planes propagandísticos de los que hablo: http://www.ontheredbox.com/ebooks/spanish/equipo.pdf). Mientras, entre nosotros se encuentra el virus del ecumenismo falso que no es otra cosa que pasividad cristiana, miedo ante los nuevos retos pastorales y falta de interés por los fieles. ¿Por qué gusta más el discurso ecuménico? Por la sencilla razón que va acorde a los intereses del mundo no cristiano que, a fuerza de ideologías, se han entrometido en la antesala y, temo, hasta en el púlpito sagrado de la comunidad católica. Se tiene miedo a ser tachados de intolerantes, fanáticos y santurrones pero: ¿es intolerancia exponer la fe con claridad, al estilo de los apóstoles? ¿Se convierte en fanático un cristiano que defiende su casa ante los constantes ataques de que es objeto? ¿Es santurrón aquel que quiere llevar una vida coherente entre lo que cree y testimonia? ¿Por qué no le preguntamos a los profetas, apóstoles y miles de santos que han dado su vida por el Evangelio? (Cfr. Jn 10,14ss)

Con respecto al virus del hambre y sed de poder, prestigio y dinero basta con voltear la mirada a ciertos sectores eclesiales en distintos puntos de América Latina (un servidor ha sido testigo de esto después de once años como misionero en distintas partes de México y Centroamérica junto con centenares de otros misioneros que han corroborado esta afirmación) y se da lastimosamente en todos los estados de vida en la Iglesia. Cuando no se evangeliza porque hay poca o ninguna remuneración monetaria, cuando se hace distinción entre los fieles por su posición socio-económica, cuando se rebajan los sacramentos y se le da a cualquiera sin ninguna intención de ayudarlos en su camino de fe, cuando sucede todo esto, ¿acaso podemos sonreír y vivir como si no pasara nada? (Cfr. http://zarazua.wordpress.com/ del P. Jorge Luis Zarazúa Campa en su artículo Obediencia callada y crítica profética).

Por otro lado, los virus de la ignorancia religiosa y la religiosidad popular viciada y no purificada van de la mano. De esta problemática ha argumentado abundantemente P. Amatulli en sus diversos artículos. ¿Qué puedo aportar de manera personal? Sin duda, mi experiencia misionera, en específico la vivida en la semana santa pasada. Estos sucedió en el suroeste del estado de Veracruz, México, donde la gente indígena tiene la costumbre "religiosa" de emborracharse después del Viacrucis, donde tienen una imagen de Jesús montado en un prominente burro llamado San Ramos y está terminantemente prohibido tocarlo o cambiarlo de lugar al igual que las demás imágenes religiosas porque es pecado; donde la evangelización real ocupa el último lugar ya que es desplazada por las decenas de cohetes, luces de colores, flores, baile pagano y alcohol en plenos días santos, pues así lo mandan los capataces del lugar, relegando a los verdaderos catequistas mínimo a observar, al igual que a los misioneros que llegamos a querer evangelizar. ¿Es o no un virus letal esta realidad en la Iglesia? ¿Acaso a esto se le puede llamar un soplo del Espíritu Santo dado a la gente piadosa? (Cfr. la misma dirección electrónica arriba citada en el artículo de P. Amatulli La religiosidad Popular, un verdadero enredo).

Por último, encontramos un virus altamente peligroso distinguido por P. Amatulli en su artículo La grande herejía de los tiempos actuales: Sentirse bien y llevarse bien con todos, o sea, el virus del pensamientoopen mind, anti-evangélico.  Jesucristo mismo advirtió sobre este problema en el evangelio de san Juan 15,18-19: "Si el mundo los odia, sepan que antes me odió a mí"(...) ¿Qué odian de Jesucristo? Su transparencia, el amor a la gente sin rumbo, a los pobres, el profetismo y la predicación de la verdad. Predicó contra los ladrones, salteadores y asalariados que trasquilan a las ovejas (Jn 10,1a), contra la hipocresía de los líderes religiosos de su época (¿y de los actuales?) y contra la corriente mundana o, mejor dicho, anticristiana (Cfr. Mt 23,23). Los valores del reino fueron depuestos para quedar bien con los demás mediante los famosos discursos políticamente correctos. Como dice P. Amatulli: "Haciendo esto, se sienten a la altura de los tiempos en que vivimos, abiertos y progresistas, considerando a los demás como cerrados, fanáticos y fundamentalistas. Más que preocuparse por aclarar las cosas, su único objetivo consiste en hacer sentir bien a la gente, lo que sin duda les reditúa prestigio, fama y bienestar".
Sangre contaminada y células dañadas

Cuando hablo de la sangre hablo de los sacramentos, las oraciones, las devociones y todo aquello que de por sí son una gran ayuda para la santificación personal. La sangre puede significar vida, los sacramentos y oraciones son vida espiritual. Pero, ¿qué sucede si la sangre está contaminada por virus? Ocurre que nos enfermamos e incluso morimos si no nos atendemos. Así de contundente. Los sacramentos operan solamente en aquellos que los reciben con fe, pues, si alguien se va a confesar, no está arrepentido y el sacerdote engañado le da la absolución, ¿acaso se hace efectivo el sacramento? Los sacramentos abaratados por el simple hecho de aparentar mucha pastoral y ver el templo lleno, sin duda, están contaminados. Los que los reciben no son mínimamente conscientes del grande tesoro que recibieron gracias a la contaminación que cubrió el precioso don de por sí. Ejemplo de ello: los narcotraficantes muy devotos de la virgen de Guadalupe.

Las células son los movimientos laicales que sostienen la vitalidad parroquial. Recordemos que las células contienen la información genética y son base de la herencia, es decir, continúan la trayectoria vital de todo ser vivo. Sin embargo pueden ser dañadas por los virus, se contaminan y adquieren comportamientos contrarios a su naturaleza, e incluso, mueren. Así sucede con los movimientos eclesiales: nacen con mucho empuje evangelizador, sinceros y honestos en la búsqueda de los alejados. Sin embargo, gradualmente, gracias a los virus antes mencionados, se van enfriando, sufren de metamorfosis pastoral, su celo disminuye y terminan como un almacén de ventas de comida dominical o simplemente como un club de señoras de buena fe y no de fe buena. Las vitaminas se acaban o terminan siendo succionadas por agentes nocivos y parásitos que viven a costa de las células. ¿Existe solución ante la patente invasión de virus infecciosos que deforman el cuerpo de la Iglesia? ¿Existe un tratamiento adecuado o una vacuna eficaz para acabar con los virus? ¿Alguien está trabajando en ello? ¿Quiénes se han dado cuenta de esta invasión virulenta? Algunos: ¿O la obvian o la provocan?

Conclusión

Por suerte existe un tratamiento eficaz contra estos maliciosos virus que nos han invadido: la Biblia en su lectura y en su vivencia. La Sagrada Escritura es la vacuna definitiva contra estos males que nos envejecen. ¿Por qué los primeros cristianos tenían mucho celo apostólico y daban la vida sin vacilar por el evangelio? Precisamente porque le creían a Jesucristo. Hoy es lo que necesitamos todos en la Iglesia: creer más en la sabiduría divina que en la propia sabiduría humana. Para descubrir qué es lo que Dios quiere para nosotros como Iglesia, nos basta la Palabra de Dios. Es esa misma Palabra divina que debe correr por las venas de la Iglesia sanando todo a su paso, destruyendo virus nocivos y alimentando siempre la semilla del Reino que ya está en nuestros corazones. Juntos en el mismo sueño amatulliano.

Braulio Manjarrez Pinzón, fmap
misionap2006@hotmail.com

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