Jesucristo prometió a Pedro que sobre él edificaría su Iglesia (". – . edificaré mi Iglesia Mt. 16, 18), no sus Iglesias. Expresa su deseo de que todos los hombres formen "un solo rebaño bajo un solo pastor" (Jn, 10, 16), y manifiesta que "Todo reino dividido sí mismo, será desolado" (Mt. 12, 25).

miércoles, 22 de mayo de 2013

EL GANADERO Y EL HACENDADO -Modelos de organización-


Todos le tenían pavor a la visita pastoral del obispo. Estando a los informes que pedía con anterioridad y a las preguntas que hacía encontrándose en cada parroquia, era evidente que estaba planeando algo en grande con relación a la evangelización y el pastoreo de su inmensa diócesis.
Quería conocer el número de los habitantes de cada parroquia, especificando la cantidad de los católicos y los no católicos, los católicos practicantes y los no practicantes con sus posibles causas; quería un informe preciso acerca del número y la situación real en que se encontraba cada pueblo que pertenecía a la parroquia (si contaba solamente con capilla o con capilla y curato, con cuántos catequistas, etc.); no obstante todas las reticencias naturales, insistía en conocer la cantidad de aldeas que quedaban sin la debida atención pastoral.
–Es que no me doy abasto –era el estribillo de siempre.
–No se preocupen –contestaba el obispo invariablemente–. Nadie les está echando la culpa a ustedes de que haya lugares sin la debida atención pastoral. Sencillamente se trata de ver cómo están las cosas con miras a garantizar a todos los feligreses de la diócesis la debida atención pastoral, de manera tal que nadie quede excluido del gran banquete de la fe.
¡Como si el asunto fuera tan sencillo! Por eso todos le tenían pavor a la visita pastoral. Se daban cuenta de que pronto muchas cosas iban a cambiar en la diócesis, con tal de que, según el obispo, “todos los feligreses quedaran debidamente atendidos y nadie quedara excluido del gran banquete de la fe”.
–¿Qué hará el obispo para lograr esto? – se preguntaban muchos. Posiblemente tratará de traer más curas de otros países. En realidad, aquí hay bastante escasez de vocaciones y no se prevé ningún cambio para el futuro, ni a corto ni a mediano ni a largo plazo. Al contrario, las previsiones se hacen cada día peores.
Por fin, en un encuentro diocesano organizado ad hoc, es decir, para tratar específicamente el problema de la atención pastoral que se debe a todos los feligreses, tan acuciante en aquella región, el obispo soltó el enigma:
–Vamos a crear diaconías, atendidas por diáconos permanentes o candidatos al diaconado permanente. Formarán parte de dichas diaconías todos los pueblos y las aldeas, que actualmente quedan desatendidas por falta de personal.
–Lo sospechaba – comentó, extremadamente molesto, el vicario general con los curas de mayor confianza, que nunca dejaban de rodearlo.
Uno de estos, de mano caída y de por sí poco reflexivo, azuzado por el vicario general, de inmediato se movió al ataque:
–Señor obispo, con todo respeto, quiero hacerle notar que, como usted está bien consciente, nuestras parroquias son bastante pobres y por lo tanto nos resultará prácticamente imposible mantener a esa gente que usted menciona, con sus respectivas familias (pronunció estas últimas palabras en todo despectivo y sarcástico).
–Este es el punto –intervino otro cura, igualmente fastidiado por la propuesta del obispo–: ¿Cómo vamos a mantener a tanta gente, teniendo en cuenta que apenas podemos con los gastos tan fuertes que tenemos que soportar para el mantenimiento de los templos que están a nuestro cargo? Sinceramente, yo no veo nada claro en todo este asunto.
–Evidentemente –añadió otro cura, azuzado por el vicario general– usted contará de antemano con el apoyo de alguna institución extranjera, que se encargará de sostener esa iniciativa, que sinceramente a mí me parece muy arriesgada. En este caso, –me pregunto– ¿por qué no canalizar hacia las parroquias esa ayuda, teniendo en cuenta nuestra situación de extrema pobreza?
El obispo, frente a tanto cinismo, perdió los estribos y reaccionó en tono irónico e igualmente agresivo:
–Señores curas, no se hagan los inocentes. Aún falta mucho para el 28 de diciembre, fiesta de los santos inocentes. Ustedes hablan mucho de pobreza. Fíjense en los carros que llevan y en su manera de vestir y tratar a la gente. Les pregunto: ¿Es ésta la manera propia de vivir y actuar de los pobres? Muchos de ustedes se toman sus buenas vacaciones, haciendo turismo hasta en el extranjero. ¿Acaso los pobres tienen vacaciones y se van a pasear al extranjero? Hablan mucho a favor de los pobres. Es su especialidad. En la práctica, ¿sirven de veras a los pobres o se sirven de ellos para satisfacer sus propios gustos? Basta ver lo que cobran para cualquier servicio: tanto para las misas de difuntos, tanto para la bodas, tanto para las misas de las quinceañeras… ¡Pobres católicos, tan descuidados en su vida de fe y tan explotados económicamente por sus mismos pastores! Y ahora, con el pretexto de la pobreza, ¡se oponen a cualquier intento de atender espiritualmente también a los pobres que viven en las zonas más alejadas! ¿Qué les está pasando? Por favor, el que no ayuda, que por lo menos no estorbe.
Nadie se esperaba una reacción tan inmediata y fuerte de parte del obispo. Todos lo conocían como demasiado prudente y apacible. Y ahora descubren una faceta totalmente inédita de su personalidad. No faltó alguien que lo comparó a Jesús, cuando sacó a los vendedores del templo, encendido de santo celo por la casa de Dios (zelus domus tuae comedit me = el celo por tu casa me devora: Jn 2, 17).
Por fin un cura, realmente pobre y con poca capacidad organizativa, se atrevió a romper el silencio, balbuceando tímidamente:
–Lo importante es que no nos pidan más dinero para sostener los gastos de la diócesis.
–No se preocupen –se apresuró a recalcar el obispo, recobrando la compostura de siempre–. Ésta iniciativa no va a representar ningún gasto extra para la diócesis. Al contrario, estoy convencido de que va a representar una de sus entradas más importantes.
Al oír hablar de entradas, todos se pusieron en alerta extrema, concentrando su mirada en el obispo. El vicario general, haciéndose intérprete del sentir común, tomó la palabra:
–Señor obispo, ¿nos puede aclarar un poco más este detalle?
–Con mucho gusto –contestó el obispo–. Supongamos que yo sea el dueño de una grande hacienda. ¿Acaso puedo cultivar personalmente todas sus tierras? Imposible. ¿Qué hago, entonces? Busco trabajadores. ¿Y acaso esa gente va a trabajar en mi hacienda gratis? Evidentemente tengo que darle un sueldo a cada uno de ellos, como marca el mismo Evangelio (Mt 20, 2). Y si no cuento con el dinero suficiente para pagarles un sueldo a todos, ¿qué hago? ¿Acaso abandono las tierras, dejándolas sin cultivar? Ni pensarlo. ¿Qué hago, entonces? Las rento, a cambio de algo. Y esto es precisamente lo que pienso hacer con la iniciativa de las diaconías: voy a entregar a los diáconos permanentes y a los aspirantes al diaconado permanente las porciones de nuestras parroquias, que se encuentran sin la debida atención pastoral. Que ellos se encarguen de darles vida, utilizando todo tipo de estrategias y quedándose con todas las entradas. De esas, es suficiente que entreguen a la diócesis el diez por ciento.
Todos quedaron sumamente sorprendidos. Continuó el obispo:
–Igualmente si yo fuera un ganadero con treinta mil cabezas de ganado y no contara con el dinero suficiente para pagar a los que las cuidaran. ¿Qué haría? ¿Acaso me quedaría solamente con un cierto número de vacas, abandonando a su suerte a las demás? Ni pensarlo. ¿Qué haría, entonces?
–Las daría a medias –contestó uno de los curas más listos en las cosas de este mundo y más descuidados en las cosas de Dios.
Todos se soltaron en una sonora carcajada. El obispo, asombrado, les preguntó el porqué. Uno de los presentes aclaró:
–Es precisamente lo que está haciendo él.
Al verse descubierto, el cura ganadero se descontroló y empezó a echar de cabeza a todos los presentes, acusando al vicario general de ser dueño de una línea de taxis, a otro cura de contar con unos camiones de pasajeros que cubrían una de las rutas más importante de la ciudad, a otro de dedicarse a surtir de objetos sagrados todas las librerías de la diócesis…. hasta que el obispo intervino, tratando de calmar el alboroto que siguió a tales revelaciones e invitando a todos a regresar al propósito inicial del encuentro.
Una vez restablecido el orden, el vicario de pastoral tomó la palabra, dirigiéndose directamente al obispo:
–Señor, sin duda su propuesta de entregar a los diáconos permanentes y los aspirantes al diaconado permanente los poblados más apartados me parece muy acertada. El punto ahora es el siguiente: esos amigos ¿lograrán de veras seguir siendo humildes como siempre o van a levantar demasiado la cabeza, sintiéndose dueños de la gente puesta a su cuidado y explotándola de una manera inmisericorde? Al venir de otro lugar, posiblemente usted no conoce bien a nuestra gente. Le das un poco de confianza y se meten hasta en la cocina; no entienden lo que es servir a la comunidad; todo lo toman como poder.
El obispo, que de por sí ya se esperaba este tipo de objeciones, quedó pensativos unos instantes y contestó, cortando por lo sano:
–¿Acaso no pasa lo mismo con ustedes curas y nosotros obispos? Ni modo; ¿qué vamos hacer? Ésta es la grande tentación para nosotros, los ministros de Dios: volver el don en poder y el servicio en dominio. Por otro lado, ¿estamos seguros de que, cuando nosotros creamos que haya llegado la hora de dar este paso, ellos estén dispuestos a darnos la mano? ¿Qué estamos esperando, entonces, para decidirnos de una vez a buscar colaboradores, para poder cumplir con nuestro papel de pastores? ¿Qué primero todos se cambien de religión por el abandono en que se encuentran?
Dicho esto, el obispo se calló y los miró a todos en la cara, en espera de una respuesta. Nadie se atrevió a contradecirlo o a preguntar algo. Estando así las cosas, el obispo concluyó:
– Ni modo; tenemos que arriesgar.
Y dio por terminada la reunión.


PREGUNTAS
1. ¿Qué te parece esta historia?
.
2. Según tu experiencia, ¿en qué aspecto refleja la realidad eclesial?

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